El Hombre-Abogado Flor Moreno

Sentada junto a la ventana del tren, detenido en la estación "Lomas de Zamora", te recordé.
Tu voz pronunciando mi nombre y la alegría de verte y saber que querías saber de mí. Siempre deseé que me defendieran como lo hiciste vos; sos un defensor profesional, para eso estudiaste, pero ese día no fue eso lo que más sobresalió en tu rol, sino tu total entrega, tu empatía, tus chistes para pasar el mal rato, tu mirada compasiva cuando por momentos me notabas como ida. Vos, con tu auto cargado con los juguetes de tus hijos, tus ojeras de dormir poco, con tu sonrisa que emanaba paz, me mostraste algo que nunca había visto, una manera diferente de ser Hombre-Abogado.
Sí, sos el Hombre por un lado, y no lo voy a negar un hombre elegante y lindo. Con unos ojos transparentes en todo sentido, una ansiedad que conozco bien, porque es la ansiedad de todo profesional en su actuar; y una humildad que nos sorprendió cuando nos preguntaste, a mí y a mis amigos: — ustedes que son escritores ¿podrían darme algunas técnicas para poder armar un escrito de manera concreta para no irme por las ramas?—
Sos también, el Abogado de mirada aguda y una capacidad de asombro que me asombró a mí; el mismo que demostró que le corría sangre por las venas, cuando nos enfrentamos al absurdo y el fracaso de las instituciones que dicen defender los derechos de los más vulnerables, el que luego del mal trago pudo ponerle una cuota de humor a lo ocurrido acortando las distancias una vez más entre el Hombre y el Abogado.
De carácter firme pero suave en tus maneras, con esa sencillez que perfila a los grandes. No puedo más que agradecerte por tu breve pero intensa compañía. Con tu paso me enseñaste que las generalizaciones nunca son buenas, que la contención y el afecto pueden durar un momento y luego ser atesorados una eternidad.
Vos, el Hombre-Abogado de corazón generoso, me llamaste por mi nombre y me tendiste una mano que enlazó para siempre este sentimiento fraternal.


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